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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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15-05-2013

 

 

 




 

 

 

 

Recordando a Rodolfo Fernández Cúneo

SURda

 

 

 

Marys Yic


Rodolfo Aníbal Fernández Cúneo nació en Uruguay el 6 de junio de 1940. Casado y padre de 3 hijos. Era empleado portuario y militante del MLN-T y del SUANP (Sindicato único de la administración de puertos)
Fue detenido en su domicilio el 26 de abril de 1972 en la calle Mariano Soler.
Es procesado el 23 de enero de 1973 por “Conspiración seguida de actos preparatorios” y “Asociación para delinquir”.
Fallece a los 34 años de edad el 29 de octubre de 1974 en el Hospital Militar. Aunque el certificado de defunción dice que muere por enfermedad, sus compañeros aseguran que fue asesinado.

Testimonio de su esposa Mary Hernández Rodríguez:

“…El hostigamiento terrible del que fue objeto, lo llevó a intentar suicidarse en dos oportunidades: en una, volcándose un recipiente de agua hirviendo sobre el cuerpo y en otra clavándose dos agujas de colchonero en el pecho y la espalda, una de las cuales le extrajeron pero la otra no, por lo que caminaba encorvado. La tortura casi le hizo perder la razón, por lo que el 28/10/74, lo trasladaron al Hospital Militar para someterlo a un tratamiento psiquiátrico. Dicen compañeros que se fue caminando con su custodia hasta el camión y se despidió de los presos que encontró a su paso. Al día siguiente, el 29/10/74 a los 34 años, nos vinieron a comunicar que había muerto. (Obvio que por un tratamiento psiquiátrico nadie muere, por eso estamos seguros que fue asesinado). El certificado de defunción firmado por el Dr. Cantón dice: causa de la muerte “hernia”. No revisamos el cuerpo, pero tenía la cabeza vendada y abundante sangre en la nuca. Hay distintas versiones sobre la causa de su muerte: la Dra. María Elena Curbelo poco después de ser liberada declaró a “Brecha” que toda la noche escuchó sus gritos. Otra versión dice que al aplicarle shocks eléctricos la aguja que tenía cerca del riñón le perforó los intestinos y murió de peritonitis, sólo sus asesinos y él saben la verdad…”

Testimonios de Roberto Caballero, ex preso político y compañero de Rodolfo:

“… Todos los presos del mundo, imaginan, proyectan, planifican su fuga, su retorno a la libertad, de no ser esto posible por lo menos mejorar las condiciones de reclusión. En el Penal de Libertad había pocas alternativas, una era lograr ser trasladado al Penal de Punta Carretas, algunos lo habían conseguido a través de lo que en el argot carcelario se llama la "caída". La "caída" consiste en simular una degradación desde el punto de vista sicológico, el preso comienza a fingir síntomas de desequilibrio mental, día tras día, mes a mes, año tras año, no hay medicación ni tratamiento que lo estabilice. Un avance lentísimo y doloroso en un profundo túnel mental; el preso va cavando su "locura", esconde la "tierra" arrancada de las profundidades de su psiquis y a la vez sigue respirando cierto aire fresco; avanza, progresa, agravando su estado síquico tanto para carceleros como para sus compañeros. Pocos héroes se animaron a tal desafío en el Penal de Libertad. El límite entre el control de la simulación y la transformación demencial es intangible. Fragilísima hebra de cordura que se rompe en cualquier circunstancia. Rodolfo decidió transitar este camino y lo venía haciendo como un maestro, un Houdini preso político uruguayo. Para qué entrar en mayores detalles. El mayor Arquímedes Maciel lo mandó al Hospital Militar. Lo electrocutaron…”

“…Fernández Cúneo no se suicidó ni jamás hubo una versión de suicidio por parte de las autoridades del Penal. Fernández Cúneo murió ­matado- en el Hospital de las FFAA. El comunicado emitido por los parlantes del Penal se limitaba a comunicar su muerte. Cuando tenían la posibilidad de anunciar un suicidio lo hacían con bombos y platillos, con recomendaciones acerca de nuestros estados de ánimo y solicitar asistencia de sicólogos como Dolcey Britos. Esto no sucedió con el querido Rodolfo por quien los aspectos afectivos que nos ligan a él son para Ud. "una dificultad" que nos llevan a no aceptar su supuesta rectificación y a redoblar la batalla por la verdad y la justicia…”

“…Semanas antes de ser trasladado Rodolfo al Hospital Militar, el mayor Arquímedes Maciel, de triste, trágica y macabra historia como director del Penal de Libertad, le dijo en el tercer piso, Sector B, Celda 2 derecha: "Gordo, ya nos tenés cansado". Falleció pocos días después… ”
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“PION POR  PION” (para “El Gordo”) de Roberto Caballero

Cada uno de nosotros encaró la etapa de los interrogatorios como mejor supo,  pudo o el azar le permitió hacerlo. A pesar de haber leído abundantemente acerca de otras experiencias como la chipriota, la griega, la resistencia al nazismo, la revolución cubana y en esos años la de los vietnamitas y los demás movimientos guerrilleros de Latinoamérica, cuando te encontrás solo ante los interrogadores creo que de poco vale tanta lectura y sí en cambio la decisión personal de resistir.

¿De qué forma? De las más variadas y eso depende de cómo es cada uno, de su historia personal, su formación y su carácter. Cada hombre y  mujer son incógnitos. Incógnitas ante la cual el interrogador queda desarmado e impotente a pesar de su poderío, su aparato, sus golpes y su capacidad de producir tormento.
El Gordo, por aquellos años del 70, era bastante mayor que la mayoría de los militantes. Portuario, treintón, con tres hijos, el Gordo ya tenía hecha una larga vida de boliche, fútbol, barrio, timba y, sobre todo, ajedrez.

A todo jugó por plata. Había ganado y  perdido. Al ajedrez compitió profesionalmente pero lo más notable eran sus partidas simultáneas, en las que se sentaba de espaldas a dos, cinco, siete rivales con sus respectivos tableros. Dueño de una memoria prodigiosa, recordaba el pedrigree de un caballo o una yegua de carrera. En ajedrez no se equivocaba, sabía exactamente dónde estaba cada pieza.

Justamente esta virtud -la memoria-  podría llegar a ser un grave problema para un guerrillero que necesariamente debe “olvidar” lo más posible, tratar de conocer solo lo estrictamente necesario,  nada más.
Montevideo es una ciudad muy pequeña con algunas vías principales que la recorren de punta a punta. Para quien caminó un poco por ella, era muy fácil deducir  más o menos en qué barrio y en qué zona  estaba. El Gordo había caminado mucho. A todo esto debemos agregar su sentido del humor, un humor negro y arriesgado. Demasiado arriesgado.

Estando ya en el Penal de Libertad, lo sancionan y le preguntan el nombre.
Responde: “Martín C. Martínez”. Cuando horas después lo van a buscar no aparece en la lista de presos. Recorren celda por celda hasta que lo encuentran, entonces les dice: “Está bien soy “Joaquín Requena”, y así seguía: “Juan Paullier”, “Eduardo Acevedo”, “Duvimioso Terra”. *
Se mofaba de los carceleros y les mostraba su grado de ignorancia. Se burlaba constantemente, a veces incluso de los propios compañeros. Cuenta el Chupete que solicitó a la Biblioteca del Penal para leer títulos como por ejemplo: “Las Ovejas” de Esquilo, “El Puente” de José Ingenieros, “Barajando” de Descartes o “El Capital” de Groucho Marx.

En esos meses de invierno del año 1972 le preguntábamos: “C ómo la ves, Gordo.” Con su lunfardo portuario respondía: “ Y..., al Tute el triunfo sigue siendo bastos.”

El  Gordo se encontró ante una disyuntiva de hierro, la tortura era muy fuerte. Demasiado fuerte.
Como era un hombre hecho y derecho, en la cabeza de los milicos no cabía que pudiera ser un simple militante de base. La tortura se hizo cada vez más horrenda.
Perdido por perdido, ajedrecista como era, decidió jugarse todo, intentar llegar a “tablas” antes que a un “jaque mate”. Para eso tenía que sacrificar piezas valiosas.

Habló: “ Está bien, voy a cantar un local.”

El Gordo sabía muy bien que atrás de esa movida vendría la de los milicos; estudió opciones, analizó  variantes, sopesó fríamente debajo de la capucha su nueva respuesta; mientras lo llevaban tirado en la caja de un camión iba desplegando un doloroso y trágico tablero,  en ese tablero sus pocas piezas y con ellas los escasos y heroicos movimientos que le quedaban.
Buscaba “tablas” en esa partida infernal y despareja, él solo  contra un regimiento comandado por un equipo de torturadores. Esta vez no había plata ni trofeos de por medio. Sí, en cambio, su moral, su conciencia, su vida, la de sus compañeros y la de su familia.
Cuando llegaron al apartamento en el Centro, les dijo: “ Les mentí, acá no hay nada.”
Sabía de antemano lo que se le venía, perdía varias piezas en tan arriesgada jugada pero igual siguió adelante con su estrategia. Lo molieron a palos en el viaje de regreso al cuartel.
En medio de la represalia atroz, el Gordo se dijo: “ Ahora muevo yo.”
Y movió: “Les voy a decir la verdad, hay un “berretín” en una pollería de La Unión, el lugar está justo debajo de la máquina de pelar pollos.”

Contaba el Gordo que, cuando lo bajaron del camión para que les indicara donde estaba el escondite,  le sacaron la capucha y lo único que  veía eran plumas volando por el aire y cacareos.
Era una escena irreal, delirante: la de un mundo real, despótico, violento, en el que fermentaba la dictadura.
Vio un grupo de soldados intentando desempotrar la máquina de pelar pollos del suelo, por otro lado los dueños del local y los empleados estaban con las manos en la nuca y de cara contra  la pared.
Pensó: “Mueven blancas y sólo única movida.” “No, no es acá”, dijo el Gordo.

Me lo contó el Grillo, un íntimo amigo del Gordo, que estaba en la acera viendo el despliegue de los milicos.
Esa vez al Gordo le pusieron la cabeza debajo de la rueda del camión. Humillados, agredidos, ofendidos, engañados en su honor y pundonor militar le gritaban: “¡Cantá, cantááá, la verdá, la verdááá hijo de puuuta!”

Escuchó  que dijo: “Es en la zapatería de la otra cuadra, atrás de las ofertas.”
Corrieron, los oficiales pistola en mano, los soldados con los fusiles a los gritos apartando  gente que, sobre la Avda. 8 de Octubre, miraba sin entender qué pasaba. Lo entraron a los golpes, hecho una bolsa deshilachada, le sacaron la capucha entre montañas de cajas de zapatos, la coqueta estantería de madera que anunciaba las ofertas estaba destrozada y enmarcaba una pared horadada, perforada, destruida  por sucesivos golpes de pico.

”Basura inmunda, ¿dónde está el berretín, dónde está el” berre”? ¡Cantá gordo la puta madre que te parió!” Intolerantes, desesperados, los oficiales  gritaban en  el paroxismo total de la vergüenza, de la histeria que provoca la derrota hecha pública, populosa, masivamente y a la vista de todo el mundo.

Carlitos Patrón, el Grillo Barittelli y el Gordo eran amigos de fierro desde la infancia,  inseparables, timberos de ley, de los que pagan las deudas religiosamente, hasta que se hablaba de política.  Entonces ahí se enfrentaban como locos:
“... es todo mentira lo de la tortura Gordo, acá no se tortura”
“... están matando a los muchachos en los cuarteles”
“...dejáte de joder Gordo, ¿dónde carajo vivís?”
“...torturan en Jefatura, en los cuarteles”
“...no seas vejiga, ¿quién te mete esas ideas en el marote Gordo?”
“...se nos viene el fascismo, pedazo de nabo.”
“...pero Gordo ¿vos sos o te hacés el gil?”
“...andate pa' Cuba y no jodás más.”

Me siguió contando el Grillo Baritelli que el Gordo, en medio de tamaño desastre, cuando le sacaron la capucha, gritó con todas sus fuerzas, burlándose de enemigos y amigos a la misma vez, obligando a sus pulmones a elevar la voz para llegar hasta la calle, irguiéndose sobre su destrozada humanidad delante de la multitud congregada en las puertas de la zapatería, pateando irreductible, definitiva y heroicamente el tablero: “¡Carlitos, pion por pion!, ¡ves como están torturando pedazo de un pelotudo!”

El Grillo cayó tiempo después por colaborar con la Organización, estuvo detenido pocos meses y lo soltaron. Carlitos cerró la zapatería, se jubiló y nunca más volvió a trabajar. El Gordo hizo una crisis nerviosa en octubre de 1974 y fue internado en el Hospital Militar. Testimonian otros compañeros que cuando era trasladado del Penal de Libertad al Hospital Militar, un oficial del Ejército le dijo: “Gordo, ya nos tenés cansados.” Nunca más regresó.

Carlitos y el Grillo, sus dos amigos, cargaron el cajón del Gordo cuando se lo entregaron a los familiares en el Hospital Militar. Lo llevaron después, a puro pulso, hasta el Cementerio. Las deudas entre ellos tres se pagaban.
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Hoy, año 2013, la sociedad sigue sin saber la verdad sobre la detención, tortura y muerte de este uruguayo. Hemos viniendo diciendo NO durante décadas. No a la impunidad, no a la injusticia, no al olvido, no a la corrupción judicial, no al silencio o distorsión de alguna prensa.
Sin embargo, tenemos una meta a la cual no renunciaremos jamás, aunque algunas generaciones ya no estén para verlo, en algún momento llegaremos a esa meta, la de la verdad y la justicia, para que realmente el “Nunca más terrorismo de Estado” sea una realidad y las generaciones futuras puedan vivir como hermanos en democracia.

Marys Yic
1º de Abril de 2013



 
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